Caminando por Santa Fé y llegando a la esquina de la estación Palermo, justo antes de cruzar J.B. Justo, me encuentro con una situación lamentablemente típica de la ciudad, a la que todos estamos de alguna manera "acostumbrados".
Semáforo rojo. Filas de autos en su mayoría lujosos, muchos con vidrios polarizados, muchos con alta prioridad en llegar a destino.
En lugar de cruzar dicha avenida, procedo a quedarme parado en medio de la masa de gente que entra y sale al galope de la mencionada estación. Para observar el espectaculo.
Apenas el semáforo se puso rojo, un niño de ropas rotosas y manos mugrientas se para en el medio en la senda peatonal con tres pelotas pequeñas de colores en las manos, y procede a realizar una serie de malabarismos con las mismas.
La razón por la cual me quedé parado en la esquina fue para observar como afectaba esa imagen a los conductores que se veían "obligados" a mirar.
En el auto que se encontraba mas cerca mío, observé que su conductor y las personas en su interior, apenas el muchacho comenzó a hacer malabarismos, nerviosamente subieron las ventanillas y bajaron la traba de seguridad de las puertas. Acostumbrado a fijarme en la modulación de la gente, noté que en ningún momento nadie dijo una palabra. Parecía existir un acuerdo tácito entre sus ocupantes, que aguardaban exasperadamente a que el semáforo les diera luz verde para alejarse a toda velocidad de dicho cruce, bajar las ventanillas y olvidarse de dicha situación como si hubiera sido un mal sueño.
Yo en ese momento pensaba que nadie tiene inconveniente, por ejemplo, en mirar esos programas de televisión donde reportean a chicos famélicos aspirando poxiran a las cuatro de la madrugada. Pero en ese momento, la escena de un niño haciendo malabarismos con tres pelotas de colores parecía, al menos por un instante, incomodar a todos los pasajeros, ponerlos en frente de algo que siempre preferían evitar. Y cómo no, esa era una imagen real, en vivo y en directo, de lo bajo que caía la dignidad humana. Y no había forma de escapar.
El muchacho concluyó su pequeño espectáculo y se asomó a varias ventanillas para pedir una moneda. En este caso noté que cuando se asomaba, muchos no solo no bajaban la ventanilla sino que ni siquiera lo miraban y le daban un "no" de frente. Se quedaban inmóviles, mirando hacia adelante. El niño parecía representar un ser extraño, ajeno a la "realidad".
Cómo les afectaba esa imagen de la "otra" realidad entonces? Se indignaban? Sentían desprecio? Sentían lástima? Sentían miedo?
Luz verde.
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